Sobre la oratoria y grandes discursos (II): ¿Hablas o comunicas?
La pasión por comunicar es algo que me ha acompañado toda la
vida y es por ello que me parece importante echar un cable a los demás. Que
este mundo no está hecho para tímidos es algo que todos sabemos y sin embargo
somos pocos los dispuestos a ponerle remedio. Mil y una veces he escuchado las
quejas de amigos, compañeros de clase, de trabajo o gente a la que se le
presupone una formación que me han transmitido su pavor a hablar en público,”
Es ponerme delante de un escenario y echarme a temblar” comentan como
si por un extraño maleficio divino hubiesen sido condenados a soportar esta
terrible losa: la de no saber comunicar.
Pues bien, lamento comunicaros que como todo en la
vida el buen orador no solo nace sino que se hace y no es
necesaria ninguna habilidad extraordinaria para desarrollar este talento. Dicen
que mucho de los grandes oradores sufrieron complejo durante su infancia de ahí
que desarrollasen esta habilidad. Este es el caso de figuras como Tom
Cruise, tartamudo hasta su adolescencia tardía, Winston Churchill, ex- presidente del Reino Unido o el por
todos conocido Jorge V, sobre el que hicieron la galardonada” El discurso del
Rey”. Realmente, ¿Alguien piensa que ellos adquirieron la habilidad al nacer o
que poseían algún tipo de talento innato del que los demás carecen? Desde mi
punto de vista, hay mucho de mito en ello y detrás no hay más que horas de
trabajo, un cierto atractivo (atractivo en su discurso no en lo físico) y sobre
todo confianza en uno mismo.
Limitándonos a España, ¿Quién no ha visto a su compañero de
pupitre escondido suplicando el por favor que no me saquen a mí o aquel que
debe llevar absolutamente todo escrito por miedo de olvidarse de alguna coma
que le lleve a “quedarse en blanco? Lo cierto es que hablar en
público supone para la mayoría una tortura y no un divertimento.
Y porque debería ser un divertimento se
preguntarán algunos, pues muy sencillo, porque es algo que nos va a ayudar en
todas las facetas de la vida. Al mismo tiempo es una oportunidad única de dar
rienda suelta o nuestra creatividad sin más limitaciones que las que marque
nuestra mente. Desde cuando presentas tu proyecto en la Universidad,
cuando realizas una presentación en grupo o incluso para dar aquel dichoso discurso
en la Mesa de Navidad y no quedar en evidencia frente a familia y amigos con el
clásico” No sé qué decir,…, gracias a todos por venir”.
Hecho este breve balance he aquí algunas de las
diferencias que desde mi punto de vista existen el simple ORADOR y el
COMUNICADOR:
Orador: Todo el Mundo sabe leer un papel escrito
incluso por otra persona. Lo más probable es que el que tengas enfrente este
bostezando discretamente o mirando el móvil a las primeras de cambio
Comunicador: Está al alcance de todos y te
permite transmitir un mensaje que llegue al público
Orador. Lleva a la monotonía y a la apatía
incluso, siempre mantiene la misma tonalidad
Comunicador: Se adapta al entorno y al
público, sabe poner énfasis en los momentos que lo requieren
Orador: Su discurso es plano. No está interesado
en escuchar sino en soltar su parrafada y largarse cuanto antes con tal de no
sufrir pregunta alguna.
Comunicador: Habla desde la autenticidad y
por tanto pivota sobre si mismo y es capaz de contestar a cualquier pregunta
que se le plantee, es flexible y atento.
Orador: El mismo discurso puede repetirse cientos
de veces, ya que en el fondo es como si estuviese hablando con una pared (muy
propio entre los políticos de España)
Comunicador: Nunca le oirás decir lo mismo
dos veces, porque conocerá a su público y sabrá adaptarse a este, incorporando
experiencias que conecten con el mismo y dispuesto a escuchar sugerencias.
Y vosotros ¿En qué categoría estáis? ;)
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